La amante de Onetti sonríe... es caricia de su alochol y arrastra
-escondida en el bolsillo- la imagen de Vargas Llosa abrazado a su alianza.
Yo no sé, cada tanto Onetti vuelve a mí
y se recuesta fuera de la lectura y me empuja a escribir:
es un arma que mucho no ajusté pero que sale
y apunta
y sangra.
A veces, y con D. Juan Carlos acuestas, hago todo como bramido aún y a pesar de que sus palabras -en la entrevista- sonaban a seda...
sonaban a tiempo estirando lazos
y al gusto de los labios repitiendo in eternum la pausa del que piensa
y no le importa.
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