La naturaleza se ponía en evidencia:
siempre pensaba así cuando veía un camello.
Y así encadenaba sus apreciaciones y no desataba su visión del mundo.
Se enfrentaba, eso sí, con la belleza en ese estado de imposición y desenfado que tanto la seducía.
Iría a descubrir, alguna vez, un silencio de umbral o los cambios que la harían saltar hacia un lugar más feliz o definitivamente sórdido.
Mientras tanto se entretenía,
guardaba el agua en sus jorobas y salía a caminar.
El adoquinado de esta ciudad en martirio le parecía una suavísima melodía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario