domingo, 21 de enero de 2018

Insostenible



a Cacho in memorian

“Tanto dolor se agrupa en mi costado
 que por doler me duele hasta el aliento.”
Miguel Hernández

“(…) por favor, no te sigas muriendo.”
Enrique Estrázulas


El nudo se instala, la lágrima se instala y los terremotos de este diciembre no me arrancan de tu recuerdo.
Nada parece más importante hoy, nada me toma del mismo modo.

Traigo aquí, siento a mi lado nuestro proyecto de dúo.
Tu magnífica reacción ante el insospechado regreso del mendocino errante
y pienso que nunca te cociné nada, no te hice una cena, no lo recuerdo. ¡Qué raro!
Recuerdo mis viajes a Haedo. Ese ensayar de los domingos para ahuyentar los demonios del atardecer.
Y conocer la rutina del tren y los túneles de la estación como si por una vez fueran mi territorio.

A veces te metías en problemas…
eras el que debía decir las cosas.
Pero también recuerdo que ese papel te cansó y fuiste manso.
Firme pero manso y se te vio más tranquilo.

Ya no estás
ni el juego de fósforos con David
ni los ojos de David muriéndose de risa
ni tu compañía de cuando los dos estábamos solos.

Ahora ya no estás para decir que hagamos canciones
que es fácil
que no las tire a la basura.

Y pregunto por nuestros viajes a Monte Grande
por tus rimas cuadra a cuadra y cierta maledicencia que te hacía exquisito.

Ayer volví a ver la mirada de mi hijo mientras le contaba de esas noches
volví a ver la sonrisa que producías en los chicos chicos
y tu propia risa riendo de la risa que producías.

Fuimos amigos en eso que llamamos noches perdidas
sin amor
sin alcohol
sin éxito
nosotros dos sentados frente a la computadora
deshaciéndonos de risa con videos de bloopers hasta no poder respirar
y el cielo
y la calle Emilio Mitre haciendo su trabajo de recordarnos que el mundo injusto seguía allí.

Ahora recuerdo contarnos mil veces las mismas historias
mirarlas desde otras distancias
sentados en otras ideas:
que si hubiéramos hecho esto o aquello,
que si Juan o Pedro,
que si eran enfermos o estúpidos.
Que si eran mejores que nosotros…

También recuerdo las veces que el pasado se volvía insostenible.
Pero, desgraciadamente, ahora, hoy, el presente me resulta insostenible.
No puedo, no quiero tener que vivir sabiendo que no te tengo a tiro de llamada telefónica.
No sé qué hacer con este dolor que me invita a dormir y solo dormir para distraer la vida por un rato.

Me aliento pensando en tus hijos, en tu compañera.
Me refuerzo pensando en todo lo que hiciste y en la preciosa precisión de tu voz.
Sonrío pensando en cómo jugarías con tus nietos. Pero no me alcanza.

Nada alcanza cuando ya no puedo alcanzarte para escucharte hablar por enésima vez de aquel Cosquín.
Historias que te pedí mil veces que me contaras
porque yo las quería desentrañar con mi estúpida manera de hacer análisis sin título.

Recordar tu recorrido por las peñas, tu forma de hacerte cargo de las cosas como si nada fuera imposible.
Recordar las muertes que te surcaron y los infinitos amores. Amores arrasadores que yo no entendí pero de algún modo entendí.

No sé cómo voy a hacer para no tenerte a mano.
Es algo que tengo que aprender. 
¿Aprenderé?
Hasta aquí todo es incógnita.  

Asustada todavía, vuelvo a escuchar la picardía de tus frases, el brillo en los ojos y tu orgullo.
Hablar de nuestros hijos siempre fue algo maravilloso
como recordar a los viejos amigos –amigos tuyos- de los que yo quería hasta el color del pelo por cómo los describías.

Todos dicen que este dolor pasará.
¿Será posible?
Este dolor tiene algo de incredulidad, desasosiego, ira… pero no tiene cosas pendientes.

Tal vez eso sea un alivio.