martes, 22 de febrero de 2011

La ley del padre

No se puede debelar
ni construir con urbanidad
el pugnaz enojo.
Intriga verlo tan confuso y gobernando
mientras una supuesta paz merodea los signos de la libertad.

No se puede debelar
la guerra está perdida.
Una silueta de humo anida del otro lado de los codos para enmudecer nuestros calambres y preludia un son de aquí se ha vivido equivocado... mientras ronda el padre que mordió más que su manzana y fue así el quedo y lo que se trastocó del sentido.

Un ritmo de ahogo suena a vértigo, a cosa que debió haber sido y no fue, a días insolentes y de augurio amanecidos de idolatría al sol o a lo que brilla simplemente.
Una ola de aire da por nula la jerarquía y se ahondarán los silencios en la excusa definitiva del zombie que no puede convencerse de su condición. Allí también estará el padre: exclusa que nivela hacia abajo los saltos posibles y deja para mil siempres un gusto salobre en el fondo del paladar.

No se pude debelar, el ejército personal se ha retirado.
Crispados los nudillos y las uñas clavándose hasta el amanecer, no amanecerá la propia vida... oscura la ley
se cumplirá.

La parálisis

Una espoleta se acerca
hace ángulo en mi dolor y lo provoca. Ya no puede darse al silencio y en su costumbre de eremita lo enrolla mientras la explosión dispersa todo.

Esquinada ando, de nudos varios y doliente.
El mundo se me presenta como irritación y vacío; en el medio,
un amor esclavo me deja innoble.

Se me planta la ciudad como un lugar desierto del que desconozco sus reglas y mientras esto lloro asoma una felicidad frugal sobrevolando los adoquines lloviznados.
El amor esclavo sigue imperturbable y mi soga es impasible. No conoce la guerra, sólo el deshonor de rehuir al combate se implanta y el paisaje acepta el canon.

Hay días en que lucho por ser una retirante para andar tranquila en mi cilicio. Abrumada de peso y de pasado, al punto de no conocer los calendarios, y negarme al encuentro de los deudos, voy enarbolando mi silla de rezos antes de descubrir el credo... Sí, espero el bálsamo, pero lo siento a kilómetros de mi alcance, donde el aborto de mis alas lo han dejado.

Y no es sólo un dolor, así mansamente, es una urdimbre, una sutura, una herida que se desconoce pero está siempre a la vista confundiendo los términos de la ecuación. Y en sus puntos atroces amarra un muerto victorioso que me empuja y arrastra al fondo de la parálisis hasta dejarla perfecta.

Mancebía

arraigada en el ritual de los estafados y confusa
mantiene hidalguía y mugre como conducta de farol
la calle de su mirada quedó de barro hasta los ligustros
y en el silencio que ofrece al futuro
construye un alma de manceba gritando por sus lides

enlutada de luz por sus mitos
viene de todas las destrucciones con alegría de coneja
y arranca de cada suspiro una condena a muerte
la sentencia se cumple con precisión por su mano
así construye sus días de manceba
gimiendo por sus guerras en registro de esclava

sábado, 19 de febrero de 2011

Triunfante 2do

Exterminados los amores, sus labios se fueron librando de nudos para usar lo novedoso en arrugas.
El tiempo había estado pasando y nada pasaba más que las angustias del mastodonte azuzando el pasado como un diamante oscurecido por óxidos.

El tiempo había pasado. Un siglo de su piel estaba muerto y no recuperaría ni un segundo útil para renacer o recargar en algo las baterías de la alegría.
No quedaba nada. No le quedaba ni la nada de lo que había sido un llanto por lo perdido, no había de dónde agarrarse para iniciar el arco de las lágrimas.

El telón, ese reproche del mostrarse despierto, anudó sus extravíos y se perdió con las sogas que sostenían el paraíso del fantasma.
El teatro –una uña en la tierra estéril- se desvaneció para nunca más volver. Y por fin, el padre silente y capataz dio su puntada final, triunfante.

domingo, 6 de febrero de 2011

Podría ser que se hablara del placer

Vamos por el cuerpo a tentar cocodrilos
vamos por el cuerpo y vamos por las manos
si ampliamos el espectro la calle nos parecerá un lago de moho
y más allá un arco de lava lamiendo sus adoquines.

Si, podría ser que se hablara del placer
pero el olvido tiene un arco demasiado ancho como para dejarse morir
y el pasado –con todo lo que de él sabemos o no- nos construyó muro y frío
sin preguntar si era eso lo que queríamos.

Los días, así, amarrados al olvido o a un recuerdo que no remite con precisión a la caricia
se van engarzando como atadura y no como alhaja
mientras el castor hace diques de tintes infranqueables.

Promesas incumplidas

Se renueva la injusticia.
La visión encarece un esfuerzo al que las manos no están del todo acostumbradas. Un intento: se lavarán los platos por tres siglos buscando el verbo de familia que nos haría felices. Es un esfuerzo vano. En nuestro muro no mora el amor.
La iniquidad sumó sus renglones y de los ángulos surgen años que se perdieron al borde del alcohol o en los brazos equivocados.
También se llenaron planillas, se mató el hambre diario y se dio de comer a los malandras... esa es otra historia –lo verán más tarde-.

Así se desasosegó la vida. Y así se perdieron las últimas estribaciones. Mientras los días vienen con resuello de mortaja, no aparece, ni atando los cabos del paraíso, una soga que podría salvarnos del insulto.
Así intranquila, la acezante, nos convida a seguir agarrotados, midiendo con prudencia el aire de la casa; inclinados a pasar escondidos como yagunzos con vergüenza y mestizados por el duermevela de las promesas que no se pudieron cumplir.

jueves, 3 de febrero de 2011

Triunfante

Exterminados los amores, sus labios se fueron librando de aquellas antiguas ataduras para usar lo novedoso en arrugas.
El tiempo había estado pasando y nada pasaba más que las lánguidas angustias del mastodonte azuzando el pasado como un diamante oscurecido por óxidos.

El tiempo había pasado. Un siglo de su piel había muerto y no recuperaría ni un segundo útil para renacer o recargar en algo las baterías de la alegría.
No quedaba nada. No le quedaba ni la nada de lo que había sido un llanto por lo perdido, no había de dónde agarrarse para iniciar el arco de las lágrimas.

El telón, ese reproche del mostrarse despierto, anudó sus extravíos y se perdió con las sogas que sostenían el paraíso del fantasma.
El teatro –una uña en la tierra estéril- se desvaneció para nunca más volver. Y por fin, el padre silente y capataz dio su puntada final, triunfante.

Estamos perdidas

Allí va el gusto por la sal, los veranos;
las ganas de correr y no dar a torcer la austeridad de los nudillos.
Allí va la moldura de donde nacieron los hijos por las ramas
y el cauto muladar de nuestros codos.
Allí va el gusto por comer un helado simplemente
y no dar por ciertas las manoplas del auxiliar a cargo.
Allí va la robusta, la sonrisa desde la que miramos el halago del tango con sus gracias de salón camandulero.
Allí va y se instala el dolor como sueño, como dueño o como duelo y nos desampara y nos apiña
no vamos más
allí no nos reeditan ni nos hacen nacer nuevas.
Estamos perdidas.