Se renueva la injusticia.
La visión encarece un esfuerzo al que las manos no están del todo acostumbradas. Un intento: se lavarán los platos por tres siglos buscando el verbo de familia que nos haría felices. Es un esfuerzo vano. En nuestro muro no mora el amor.
La iniquidad sumó sus renglones y de los ángulos surgen años que se perdieron al borde del alcohol o en los brazos equivocados.
También se llenaron planillas, se mató el hambre diario y se dio de comer a los malandras... esa es otra historia –lo verán más tarde-.
Así se desasosegó la vida. Y así se perdieron las últimas estribaciones. Mientras los días vienen con resuello de mortaja, no aparece, ni atando los cabos del paraíso, una soga que podría salvarnos del insulto.
Así intranquila, la acezante, nos convida a seguir agarrotados, midiendo con prudencia el aire de la casa; inclinados a pasar escondidos como yagunzos con vergüenza y mestizados por el duermevela de las promesas que no se pudieron cumplir.
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