Allí va el gusto por la sal, los veranos;
las ganas de correr y no dar a torcer la austeridad de los nudillos.
Allí va la moldura de donde nacieron los hijos por las ramas
y el cauto muladar de nuestros codos.
Allí va el gusto por comer un helado simplemente
y no dar por ciertas las manoplas del auxiliar a cargo.
Allí va la robusta, la sonrisa desde la que miramos el halago del tango con sus gracias de salón camandulero.
Allí va y se instala el dolor como sueño, como dueño o como duelo y nos desampara y nos apiña
no vamos más
allí no nos reeditan ni nos hacen nacer nuevas.
Estamos perdidas.
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