aduciendo su nombre de prosapia,
se abre a mi paso mientras la cintura que cargo
pide a gritos ser destronada del dolor.
Serán los años
serán las quietudes; la falta de andares o bailares,
serán lejanas como flores las baldosas donde podré caer
y el miedo:
un desencuentro con el tiempo que trata de revelar la verdad
del calendario
mientras mis deseos dicen que apenas tengo treinta y nueve.
La venida,
la luz de un sol y mediodía encaran mis zapatos
e intento
no molerme a palos y respiro,
pido gancho, llamo a la ambulancia imaginaria del analgésico
y, finalmente, me planto en medio de la plaza para darle
aire a mis ansiedades.
¿Será verdad este dolor?
¿Serán unos músculos cansados de mí que abandonaron su
tarea?
¿Seré yo finalmente agotada de andar?
¿Será un cuerpo ingobernable pidiendo ser atendido? Y desde
dónde quiere ser atendido si no llego a entender el dibujo de sus quejas.
¿Será verdad el ahogo, el miedo, incluso la audacia?
Voy perdiendo la posibilidad de responder a esta melodía.
La avenida sigue siendo cierta.
La camino desde el abismo y pocas veces:
este tiempo de obuses y latigazos me tiene a medias
atada/alada y apenas limpia.
Probaré otros pasos por si fueran posibles.
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