I
Un fantasma se me acerca,
se apoya en mi hombro resucitando la figura del pirata y me da
—conmovido por un tinte de violencia—
una sonda de aliento para que antes de explotar, mi odio sirva a las palabras.
El fantasma trae sus ojos de miope y el convencimiento de que la neutralidad muere con los mismos neutrales
y que esa impericia no puede pasarnos a nosotros, tan embarcados al dolor ajeno.
El miope sabía cómo debía escribirse para que el hoy no naufragara.
Era profundo y caviloso y yo lo amaba.
No tengo sus virtudes.
Soy de otra estirpe pero la injusticia me trepana.
Rindo a su memoria esta brizna de valentía y asumo que en mi alarde juego con su memoria
inalcanzable.
En su honor digo:
Ya no la justicia, una gota de cosas justas los desata:
aparecen los colmillos, las zarpas; se montan a sus robados privilegios y comienzan la faena:
Vienen de rapiña.
No soportan que todavía tengamos zapatos.
Nubarrones, tormenta que se desencadena y escupen sus discursos.
Salivan, se desatan.
No pueden parar.
Rastreros.
Alienados de causas pueriles.
Arrebatadores de todos los colores.
Reyes del complot.
Se desatan.
No pueden parar.
Negreros.
Finos esclavistas.
Estiletes genocidas.
Salivan, se desatan.
Vociferan.
II
Después de tener las uñas del frío;
después de haber hecho coincidir en mí todo lo sufrible de esta ciudad y sus mandones