Algo canta con el resfrío de la tarde.
Hace frío.
Las redes sociales me hunden en la desesperación del mudo.
No hay árboles resistentes, todos han quedado si hojas.
Las ramas, desnudas, dicen que el barrio ha muerto de tanto buscar un futuro burgués.
Me anudo.
Se me viene encima la idea de una billetera que va a matarme de hambre y quedo sin cimientos.
Estoy siendo vulnerable.
Estoy quedando sin alrededores amistosos.
Mi cabeza se hunde en la desesperada Irene que no puede dar aliento.
En la niña Irene.
En la muñeca colgada del balcón en el recorrido del colectivo 7 hace un siglo.
La tarde de jueves disuelve los acuerdos. El Papa se me escapa entre los dedos.
La religión de mis socios me encabrita.
Hace frío. No es un gran frío. Es una embestida de la orfandad.
Es un lazo con la fobia, una ansiedad.
La terrible impresión de que no voy a poder salir airosa.
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