Hay un Sinatra que entra por el verano y me despierta
esa voz –inconfundible- arma y desarma las palabras que el inglés no deja confundir
va al punto
ese sonido
y a dónde llega, da en el blanco.
Mecedora para el alma,
que se viste de luz mientras escucha para dar de comer a su mejor amigo integrándolo a la mesa.
Hay un Sinatra que se hace siesta de otoño en el colectivo que nos lleva al trabajo
paz de palacio vacío en mi oficina
y almohada para cuando camino por la ciudad a 39 grados centígrados
y suena
como si tomara de la mejor agua –miércoles 15 horas, verano, buenos aires, argentina-.
Hay un Sinatra que es de nuestra familia
duerme en mi dos ambientes y me acaricia cuando tengo miedo o cuando me ahogo al dormir
me sirve un whisky y es como yo quiero que sea mientras yo soy como quiero ser y nos miramos.
Hay un Sinatra que me cuida la garganta
a las cuatro y quince de la madrugada baja las revoluciones de mi ventilador de techo y me tapa –suave la sábana-
sube a mi cuello un caramelo de propóleo y me cuenta que David duerme tranquilo y que la ciudad ya comenzó a repartir colectivos a velocidad de abuelo con carraspera.
Hay un Sinatra que amo como a un padre que nunca falta cuando necesitamos sacarnos ese mechón rebelde de la cara que nos tapa un ángulo del paisaje.
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