Ahí donde el cuerpo se muere de sed.
Donde los árboles se fueron desnudando.
En el punto preciso de la mudez. En la ronda donde los malandras hablan
su guerra.
En estas ciudades, en las casas apenas iluminadas. En la renguera.
Cerca de los nudos más negros de lo que buscamos.
Apuntando al centro del deseo o al encantamiento.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
En el dorso de nuestras rodillas.
Al margen de la hoja de primer grado y en la hoja.
En el patio de la abuela. En la cárcel.
Ahí donde nos morimos de pesadumbre o de amor.
En esa tarde en que nos dejaron solas.
En la noche preparada para la soledad y sus ángeles.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
En el lugar preciso del remordimiento y la apatía.
En los recovecos de las axilas.
En la más cerrada de las gargantas.
Rodeando las articulaciones artríticas.
Abrazando los corazones infartados.
Bailando dentro de las arterias taponadas.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
En el perfume de los bebés. En los pechos.
En el padre de todos los errores y en los gansos.
En la jaula del león recientemente liberado o puesto a morir.
Sobre las teclas de la computadora y en el touch del teléfono.
En los comandos de la tablet y en el libro electrónico.
Sobre la rancia maledicencia del conductor de televisión y sobre los
programas culturales.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
Perforando el pasado. Urdiendo el presente.
Enredando los collares del coqueto.
Besando los impecables muslos trans.
Encadenada a los besos de las mujeres.
Bailando el frenesí de los miles de géneros.
Enlazándose con hombres que se aman. Con hijos que se aman. Con tíos que
se aman.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
Acariciando conciencias cis. Prologando encuentros amorosos.
Escribiendo las paredes de los edificios públicos.
Pintando de color rojo los labios de Eleonora.
Imaginando el futuro de tus sobrinos.
Recordando que alguna vez fuiste un caminante.
Oficiando de cura en una religión benefactora y permisiva.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
Escuchando los maravillosos dientes de Ema o los ojos de su madre.
Arrabaleando las astucias del niño que sobrevive.
Merodeando alcoholes y desdichas. Adivinando horizontes.
Soplando sobre las pestañas del ser querido. Abrazando al hijo.
Insultando al ministro o al secretario de seguridad.
Desenrollando las máximas de los idiotas a cuerda.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
En el entramado de tus labios.
Rodeando tu pubis. Perfumando tu saliva.
Acompañando el movimiento de tus caderas y el sonido de tu nombre.
Molestando al burgués. Olfateando al oligarca.
Desarmando los ideales del policía metropolitano.
Poniendo a desarmar gendarmerías y covachas.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
En los prostíbulos monotributistas. En las farmacias.
En los laboratorios cannábicos y en los hospitales de infecciosas.
En las ópticas y en las ortopedias.
Mirando el garabato multicolor y multiforme del jardín de infantes.
En la suma de los primeros números. En los dedos de los chicos.
En el saludo arrancado a regañadientes del diariero. En el grito de la
sirena.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
Rodeando los tribunales. Mareando jueces de la nación.
Desactivando mafias enruladas y runflas traicioneras.
Comprendiendo las escaleras de caracol.
Donde los flequillos tocan levemente a las pestañas. En la verruga
abandonada al cirujano.
Bajo las uñas de la enfermera. Entre los dedos del guante de latex.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
En los talleres gráficos. En los trenes. Atravesando la ciudad en el
colectivo 2.
En un bote por Paraná de las Palmas enfrentando la tormenta. Entre los
juncos.
En la grilla del campeonato mundial de fútbol. Rondando los estadios.
Pidiendo pista en el cementerio o en la parrilla al paso.
Midiendo con ardor los vacíos del afecto.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
Donde los adolescentes se encierran. Donde los adolescentes se aman.
Donde plantan sus banderas o sus cigarros.
Donde deciden hacer sonar una melodía o donde se callan.
En el cuenco de la mano. Bajo las sillas del boliche a media luz.
Cruzando el tango con estilete de lágrima o de sonrisa. Abriendo la
chacarera hasta brindarla en bandeja de plata. En la galera del mago.
Allí debe instalarse la voz. Y si fuera posible, el canto.
Debe
instalarse la voz, la voz como edificio.
Imbatible.
Como ajedrez
del alma.
Como el barrio
y universo.
Como la
justicia por fin lograda.
La voz como
cimiento, como nube y como espada.
La voz como
carne y como vacío. Como merienda.
La voz que se
echa a andar y que bebe de todas las aguas…
Y si fuera
posible, también el canto.