jueves, 3 de febrero de 2011

Triunfante

Exterminados los amores, sus labios se fueron librando de aquellas antiguas ataduras para usar lo novedoso en arrugas.
El tiempo había estado pasando y nada pasaba más que las lánguidas angustias del mastodonte azuzando el pasado como un diamante oscurecido por óxidos.

El tiempo había pasado. Un siglo de su piel había muerto y no recuperaría ni un segundo útil para renacer o recargar en algo las baterías de la alegría.
No quedaba nada. No le quedaba ni la nada de lo que había sido un llanto por lo perdido, no había de dónde agarrarse para iniciar el arco de las lágrimas.

El telón, ese reproche del mostrarse despierto, anudó sus extravíos y se perdió con las sogas que sostenían el paraíso del fantasma.
El teatro –una uña en la tierra estéril- se desvaneció para nunca más volver. Y por fin, el padre silente y capataz dio su puntada final, triunfante.

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