martes, 22 de febrero de 2011

La parálisis

Una espoleta se acerca
hace ángulo en mi dolor y lo provoca. Ya no puede darse al silencio y en su costumbre de eremita lo enrolla mientras la explosión dispersa todo.

Esquinada ando, de nudos varios y doliente.
El mundo se me presenta como irritación y vacío; en el medio,
un amor esclavo me deja innoble.

Se me planta la ciudad como un lugar desierto del que desconozco sus reglas y mientras esto lloro asoma una felicidad frugal sobrevolando los adoquines lloviznados.
El amor esclavo sigue imperturbable y mi soga es impasible. No conoce la guerra, sólo el deshonor de rehuir al combate se implanta y el paisaje acepta el canon.

Hay días en que lucho por ser una retirante para andar tranquila en mi cilicio. Abrumada de peso y de pasado, al punto de no conocer los calendarios, y negarme al encuentro de los deudos, voy enarbolando mi silla de rezos antes de descubrir el credo... Sí, espero el bálsamo, pero lo siento a kilómetros de mi alcance, donde el aborto de mis alas lo han dejado.

Y no es sólo un dolor, así mansamente, es una urdimbre, una sutura, una herida que se desconoce pero está siempre a la vista confundiendo los términos de la ecuación. Y en sus puntos atroces amarra un muerto victorioso que me empuja y arrastra al fondo de la parálisis hasta dejarla perfecta.

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