martes, 22 de febrero de 2011

La ley del padre

No se puede debelar
ni construir con urbanidad
el pugnaz enojo.
Intriga verlo tan confuso y gobernando
mientras una supuesta paz merodea los signos de la libertad.

No se puede debelar
la guerra está perdida.
Una silueta de humo anida del otro lado de los codos para enmudecer nuestros calambres y preludia un son de aquí se ha vivido equivocado... mientras ronda el padre que mordió más que su manzana y fue así el quedo y lo que se trastocó del sentido.

Un ritmo de ahogo suena a vértigo, a cosa que debió haber sido y no fue, a días insolentes y de augurio amanecidos de idolatría al sol o a lo que brilla simplemente.
Una ola de aire da por nula la jerarquía y se ahondarán los silencios en la excusa definitiva del zombie que no puede convencerse de su condición. Allí también estará el padre: exclusa que nivela hacia abajo los saltos posibles y deja para mil siempres un gusto salobre en el fondo del paladar.

No se pude debelar, el ejército personal se ha retirado.
Crispados los nudillos y las uñas clavándose hasta el amanecer, no amanecerá la propia vida... oscura la ley
se cumplirá.

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